Arturo Arias Alonso

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Historia, literatura, fotografía, Asturias, las pasiones que junto a mi familia hacen que esta vida merezca la pena ser vivida.

jueves, 25 de agosto de 2011



















Espero colgar pronto la foto completa que sirve de entrada a esta blog. En ella se ve a unos cazadores que acaban de abatir a un jabalí. En concreto el primero por la izquierda, hombre alto y guapo donde los haya, es mi abuelo Hermenegildo Alonso. En aquellos años los jabalies no eran tan abundantes como hoy en día. Y eso me permite hacer una reflexión que no gustará a muchos de mis paisanos; empezando por mi padre.



Resulta que hoy en día en los montes de Galicia y Asturias existe una auténtica plaga de jabalíes. Los agricultores, ganaderos y gente del rural, se echa las manos a la cabeza lamentándose de los destrozos que realiza este animal. Una manada de ellos puede arrasar en una sola noche hectáreas de plantaciones, con las pérdidas económicas que eso supone. Las causas son varias, el abandono del entorno rural debido al envejecimiento de la población, la desaparición y exterminio del lobo uno de sus depredadores naturales.


Voy a centrarme en esta última. La naturaleza es un complejo entramado de relaciones en la que una especie afecta a todas las demás, aunque nos pareza del todo imposible. Así, la desaparición de las abejas por ejemplo acabaría con la mayor parte de la vida en la tierra. De la misma forma cuando en una cadena trófica se elimina, o debilita la presencia de una de las especies, las demás proliferan sin control. Este es el caso del jabalí. Al eliminar al depredador que se hallaba en la cúspide de la pirámide alimentaria, el lobo, el jabalí se ha multiplicado sin control. Hoy en día son mucho mayores los daños causados en los cultivos por este animal, que no los que realizaba un animal como el lobo al matar ganado. Sin embargo el ser humano sigue cerril en su ansia por controlar de forma artificial la naturaleza, y en lugar de restablecer ese delicado equilibrio que existe en la naturaleza y que tan bien funciona, se dedica a exterminar toda aquella especie que suponga un perjuicio económico. Sin darse cuenta que a la larga todo se vuelve en su contra.

Las responsabilidades evidentemente no están en el pobre agricultor, o el ganadero, al que esto de las cadenas tróficas le suena poco menos que a chino, sino en la administración que paga poco y mal los daños causados por el lobo.

Si queremos que el campo colabore en preservación de este maravilloso cánido debemos empezar por amortizar los daños que éste causa a aquellas personas que viven a diario con él. Será la forma de conseguir que se convierta en un elemento de orgullo para las zonas donde vive, en lugar de ser considerado una alimaña. No hay más que ver, el cambio de percepción que ha tenido el Oso en Asturias, y los beneficios económicos que ha generado en zonas como Somiedo.


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