Son tantos, de tal magnitud los compromisos, las responsabilidades a las que nos debemos y aferramos en la sociedad occidental, en nuestra avanzada sociedad civilizada, que casi siempre olvidamos lo fundamental, y es lo efímero de la vida.
Así pasamos nuestro tiempo pensando en nuestra pareja, en como hacerla feliz, en nuestros hijos, en su educación, preocupados por sus amistades, por los peligros que los acechan, en el trabajo, en como mejorar, ascender y olvidamos lo esencial, eso que la vida nos regala cada día y de lo que uno solo tomo conciencia cuando un día se detiene, toma distancia y observa el mundo con otros ojos.
Entonces uno percibe una gaviota hendiendo el cielo como una flecha blanca, las nubes arremolinadas en torno a una montaña de verde infinito, a esa bella mujer que cruza la calle con paso felino, la sonrisa desbordada de un niño en un parque, el acre sabor de una cafe con leche en un bar, el placer de la lectura de un periódico en un banco. Y uno comprende que la felicidad no es esa búsqueda ansiosa y desesperada sino esa parada , ese instante con el que a veces Dios nos regala, y que debemos exprimir al máximo porque suele durar muy poco.
Hoy ya no hay rencor, no tengo tiempo para perderlo en eso, ni odio, ni miedo, ni venganza. Es tan estúpido ese derroche de fuerzas negativas, tan improductivo. Prefiero sentarme en la playa y sonreir ante los necios, los manipuladores, los amargados, los celosos, los envidiosos, los acomodados. Prefiero contemplar esas olas rompiendo contra el acantilado, y el verde de esta tierra acariciando el mar.
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